lunes, 9 de abril de 2018

Preferencia electoral e hipótesis de cara al 2019

Cerrábamos el post anterior planteando que el promedio de tres mediciones nacionales recientes sitúa la preferencia electoral por el  oficialismo en un 32,1%, es decir, 10 puntos porcentuales por debajo del caudal obtenido por Cambiemos en las legislativas de medio término hace apenas cinco meses. Esto, decíamos, sugiere un sensible desgaste del acompañamiento al oficialismo. Cabe mencionar que, luego de que publicáramos ese post, se conoció una nueva medición que confirma esa tendencia: se trata de un estudio de la consultora Query, sobre una muestra de 1.109 casos. Según ese sondeo, realizado entre el 1 y el 3 de abril, un 32,9% votaría a candidatos del oficialismo, mientras que un 39,8% optaría por candidatos de la oposición. Si sumamos a esta encuesta como la cuarta de la serie y hacemos un promedio, la preferencia electoral por el oficialismo alcanza 32,3%; décimas más, décimas menos, es un punto medio entre el caudal obtenido por los tres precandidatos de Cambiemos en la PASO del 2015 (30,12%) y el obtenido por Mauricio Macri en la primera vuelta presidencial del mismo año (34,15%). Sugestivamente, ese 32% coincide con el porcentaje de aprobación de la gestión, mientras que un 56% no la aprueba (ver datos arriba; click para agrandar). 

Esos 10 puntos porcentuales por debajo del resultado de Cambiemos en octubre pasado (alrededor del 42% en todo el país) representan una merma no menor, sobre todo por el tiempo relativamente breve transcurrido desde entonces. ¿Qué pasó en el medio? Básicamente, el impacto del paquete de medidas lanzadas con la etiqueta de “reformismo permanente” como eje de la agenda poselectoral y con el cambio de fórmula para los haberes previsionales como bisagra en el mes de diciembre. Como hecho curioso (o no tanto), la Carta Económica del Estudio Broda y Asociados publicada en enero pasado apuntaba que 1 de cada 4  votantes de Cambiemos en las elecciones legislativas “no volverá a hacerlo, esgrimiendo como principal detonante a la reforma previsional”. Aunque el metier de Broda es el análisis económico (no el de opinión pública), es sugestivo que esa proyección de descenso de 1 de 4 electores (es decir, la cosecha electoral amarilla pasa del 40% al 30%) coincida con el promedio de 4 mediciones de consultoras especializadas en el seguimiento de tendencias electorales. 

Si la preferencia electoral del oficialismo se mantuviera en torno al 30% hacia 2019 se abriría un escenario nuevo. El resultado de las legislativas de medio término del 2017 dejó sembrada la posibilidad de un triunfo oficialista en primera vuelta, dado que Cambiemos alcanzó un 42% de votos a nivel nacional, mientras que la principal fuerza opositora, Unidad Ciudadana y aliados, rozó el 24%. De repetirse una performance similar en 2019 no habría segunda vuelta, dado que la primera minoría superaría el 40% y le sacaría más de 10 puntos de ventaja a la segunda lista más votada. Esa es la primera hipótesis de continuidad en el poder para Cambiemos: sostener un caudal no menor al 40% en el total nacional. A su vez, la fragmentación opositora del espacio pan-justicialista (al caudal de UC/FPV/K le sigue un 9,5% de votos del peronismo no K, un 5% del peronismo filo K y un 6% de 1País/massismo). Esta, la segunda de las hipótesis clave de Cambiemos de cara al 2019, le permitiría conservar con holgura su condición de primera minoría y una ventaja de al menos 10 puntos sobre el segundo para abonar la reelección del presidente Macri (o, al menos, mantenerse en el poder con un sucesor o sucesora). 

En cambio, si el oficialismo desciende a niveles en torno al 30%, cualquiera fuera el resultado de la segunda fuerza habría ballotage. Además de entrar en crisis la primera hipótesis, se forzaría un reagrupamiento del voto opositor en la segunda vuelta, lo que generaría una situación de alto riesgo para el oficialismo. Si ese escenario se combinara con una crisis socioeconómica ya no latente, sino manifiesta, tendríamos un panorama del tipo “la suma de todos los miedos”. Al reagrupamiento de la oferta electoral forzado por la segunda vuelta (los electores que votaron por listas opositoras que salieron del tercer lugar para atrás no tendrían más alternativa de voto positivo que optar por Cambiemos o por la segunda minoría, o bien abstenerse o votar en blanco) se sumaría un reagrupamiento de electores en función de los efectos socioeconómicos de la gestión de Macri. Ese clivaje resulta clave. Según Rodrigo Zarazaga (experto en la pobreza del GBA) existe una fractura en las bases populares que afecta al voto peronista, en rigor una doble escisión: arriba, entre sus dirigentes (la oferta electoral) y abajo, entre sus votantes tradicionales (electores). Esa fractura social entre los electores con ocupación formal y un mayor horizonte aspiracional y los que dependen de trabajos precarios y planes de asistencia se viene expresando, de acuerdo al especialista, en la fragmentación del espacio pan-justicialista en sus diversas expresiones (kirchnerismo/Unidad Ciudadana/aliados y afines, por un lado, y peronismo no K y massismo, por otro). En ese marco, si el ballotage fuerza la unificación de la oferta electoral opositora, un contexto de crisis manifiesta podría difuminar la fractura entre electores con ocupación más formal y electores precarizados; de hecho, según el propio Indec, en lo que va de la gestión Cambiemos el débil crecimiento del empleo pasa más por el cuentapropismo y el trabajo informal que por los empleados registrados. 

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